Comodidad

Mariana Jiménez

Intento mover la cabeza, izquierda, derecha, nada. Tiemblo de frío al rozar los muros que me aprisionan. Siento como el corazón me late más rápido, avivando el apetito de la sangre, exigiendo más oxígeno de los pulmones. 

Muevo las patas, pero no tengo hacia dónde avanzar. Frente a mí solo hay otro muro gris homogéneo y brillante. Acerco la nariz, y con su humedad, siento aquella misma fría dureza. Emito un sonido de confusión. Emito otros cuantos de desesperación y saliva chorrea de mi boca. 

No estoy segura de cuánto tiempo llevo así, pero tengo hambre, y sueño, y me oriné hasta que se formó un gran charco. Los escalofríos se han intensificado con las convulsiones producidas por el cansancio físico y mi alerta mental. No hay suficiente espacio para que me tumbe, y de igual forma no creo que podría descansar bajo estas condiciones. Grazno de nuevo, y con el ímpetu pego un salto, agitando todo mi cuerpo. Esto sólo me cansa más. 

Por fin, la barrera frente a mí comienza a descender, pero antes de siquiera poder asimilarlo, siento un dolor punzante en mi parte trasera, seguido por otro. Troto hacia adelante mientras veo como un túnel se abre frente a mí. Al avanzar algunos metros, oigo que se cierra la compuerta a mis espaldas. Noto que delante mío el escenario ha cambiado; ya no veo un muro sino tubos de metal que replican la forma de una cabeza. Nuevamente siento el dolor punzante, y con el salto, mi cabeza se inserta en esa jaula hecha a la medida. 

Ahora, un hombre. Me mira directo a los ojos, se saborea, y agarra el aro de mi nariz para forzar la entrada de mi cabeza aún más. Siento que los muros a mis lados se hinchan, y no respiro, aunque parece que hiperventilo. Grito, llamo, lloro. Moverme es fútil. Solo veo al hombre acercando a mi cabeza un objeto que sostiene en su mano, plateado y brillante, insignia de esta nueva vida. Confirmo su baja temperatura cuando reposa el tubo del objeto sobre mi cabeza. 

Texto escrito para el taller de escritura creativa dictado por Carolina Sanín en la Librería Lerner

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